lunes, 31 de enero de 2011

Inconforme

Inconforme no es una palabra vana ni simple; de entrada alude a un solo sujeto por su esencia singular (nótese que no se habla de “inconformidad”). La inconformidad por su parte, no es un fenómeno psicosocial; es un estado fácil de identificar pero complicado de aceptar. No solo mantiene un status social bajo, sino que quién lo sufre  no pasa de ser  un infeliz.
Hay quién ve en el inconforme a un prototipo extraño incapaz de adherirse a las circunstancias; un sujeto resentido e inadaptado con tendencias subversivas e incluso, hay quien detalla en él como un ente falto de ánimo, pesimista y ensimismado.  El inconforme es obcecado y posiblemente cuadrado.  Su calidad es cuestionable y su incoherencia lo es más, sin embargo, el inconforme es de los seres más honestos que ha dado la humanidad.
A disgusto con su familia, con su pareja o con sus superiores: el ortodoxo busca –y encuentra los objetos significativamente adecuados, ideológicamente opuestos a su sentir. El inconforme no es siempre el más racional, ni el más inteligente porque su eje motor es la visceralidad y está dispuesto a complacerla hasta las últimas consecuencias. En realidad, un inconforme es un apasionado de la vida, porque sabe que está compuesta de las innumerables excitaciones que le provoca su cualidad.
Ningún inconforme es un rebelde vulgar porque no pretende, en principio, el reconocimiento ni la aceptación de sus congéneres. Es políticamente incorrecto porque peca de auténtico. Insurrecto, activo, intelectual, antisocial; los hay en tamaños y formas. ¡Pobres!, son por naturaleza el mal ejemplo a seguir  y por consecuencia los desdeñados. Son el producto de un pasado irresoluble y de un presente deteriorado ya que la historia no perdona, al contario, somete a las futuras generaciones a pagar por los errores de antiguos incautos que impusieron modos de vida.
Probablemente la característica más prominente de un disconforme es su falta de espiritualidad. No ha encontrado respuestas claras a sus más grandes cuestionamientos ya que su carácter escéptico y crítico le impide creer. Está destinado a la intranquilidad y a la ausencia de dicha, aunque lo ignora, así que difícilmente un inconforme tendrá una existencia plena y dotada de fe; él es mundano y pragmático.
La mayoría de los disconformes son extrovertidos. Los son tanto que por lo regular no se dan cuenta que el primer objeto de su insatisfacción es su propia existencia. El sistema, el gobierno, la moral, los ilegales, la iglesia,  los corruptos, los asesinos, los que tiran basura en la calle, los hipócritas, los infractores, los autoritarios,  los ignorantes…la sociedad no es la culpable de que existan los inconformes. De hecho, los inconformes son parte de la sociedad. 
“Espera el momento”, “Sé discreto”, “Sonríe”, “Saluda”, “Sé amable”, “Come bien”, “Supérate”, son solo algunos imperativos que determinan el accionar del hombre contemporáneo. Incuestionables y convenientes, todos, se parecen en algo: se tienen que cumplir. La presión social que ejercen es devastadora; despersonaliza y subyuga a todo aquel individuo que pretenda (sobre)vivir en un mundo frivolizado y reprimido. El inconforme social se ha percatado.
Todos en algún momento cargamos con un inconforme.  La juventud lo venera, la senectud se apena de él. El entorno le da a la experiencia del hombre la “sabiduría” de resignarse, la aptitud de conformarse, el conocimiento para adaptarse, la amargura para aceptar lo inaceptable. El inconforme se aparece cuando te das cuenta de que las cosas pueden estar mejor, cuando te enteras que puedes cambiar una mínima parte del mundo en el que vives y desde luego, cuando estas convencido de que te queda mucho por hacer y poco por decir.
 A pesar de todo, el alma del inconforme descansa sobre un colchón lleno de fidelidad  propia y unas cobijas hechas de libertad.